CONCHITA

Diario Espiritual de una
Madre de Familia

Eres de mi Iglesia

"Cada alma trae su misión a la tierra y la tuya, por mi bondad es la misión sublime de ofrecerte como víctima por mi Iglesia, seguir tu vida de sacrificio amoroso en favor de la lglesia y especialmente por sus Pastores".

La misión personal por excelencia de Conchita es ofrecerse por la Iglesia, por la santidad de los sacerdotes.

"Tú ya no te perteneces, eres de la Iglesia, y el Verbo te utilizará en su favor; sola nada vales pero en mi unión, Dios hará grandes cosas por tu medio. Repite a menudo: ¡He aquí la esclava del Señor!" (5 de febrero, 1911).

Desde los albores de su entrega a Dios sintió una atracción particular de la gracia para orar y sacrificarse en favor de los sacerdotes, pero a medida que su vida espiritual se desarrollaba la voluntad del Señor se manifestaba cada vez más clara.

"¿No quieres salvar al mundo y no me lo pediste desde antes de las Obras con toda tu sangre? ¿A qué vinieron al mundo estas obras? Pues si quieres salvar almas, hemos llegado al poderoso y único medio, los sacerdotes santos.

"¡Oh, sí!, este es el coronamiento de las Obras de la Cruz, este será el verdadero consuelo de mi Corazón, el de darme sacerdotes santos: dime que sí aceptas, que pertenecerás conmigo a los sacerdotes para siempre, porque en el cielo seguirá tu misión en su favor.

"Pero mira otro martirio: lo que los sacerdotes hagan en contra de Mí, tú lo sentirás, porque en esto consiste en su fondo el asociarte al sacerdocio mío en ellos: en que sientas y en que te duelan sus infidelidades y miserias.

"De esta manera das gloria a la Trinidad. Tendremos las mismas causas de padecer" (Noviembre 29, 1928, T. 53, p. 38).

La gracia central de la encarnación mística tiene como finalidad cumplir esta misión.

Conchita se ofrece como víctima, pero el valor de esa oblación no proviene de ella, sino de Cristo que vive en su alma.

La Cadena de Amor es fuente de gracias para la lglesia.

En los últimos años de su vida el Señor le confía el extenso mensaje y apremiante llamamiento a la santidad sacerdotal que el Señor mismo llamó "Confidencias" porque son los secretos íntimos de su Corazón y contienen una doctrina sacerdotal de extrema actualidad.

Pienso como varios obispos mexicanos y algunos teólogos que cuando el mundo entero conozca estos escritos quedará sorprendido y maravillado y dirá: "Esto no viene de una mujer sino de una inspirada por Dios, de un doctor de la lglesia". Aquí mismo en México fue examinada por la autoridad de la Iglesia en diversas ocasiones, por teólogos y por hombres de gran valor. Todos concluyeron que el Espíritu de Dios era quien la inspiraba. En Roma en 1913 con mayor fuerza aún opinaron: "En lo extraordinario, extraordinaria".

Actualmente la Iglesia romana examina sus virtudes y sus escritos. Sólo la Iglesia es juez. De antemano nos adherimos con fe y de todo corazón a su decisión. El juicio de Ia Iglesia será para nosotros el juicio de Dios. Pero tengamos la firme esperanza, según la magnífica expresión del Eminentísimo Cardenal Miguel Darío Miranda: "Que la Iglesia descubrirá en la Señora Concepción Cabrera de Armida "un nuevo astro" en el firmamento de la Iglesia y la comunión de los santos".

Pero esta misión tan personal de Conchita es también un mensaje para todos los cristianos, porque manifiesta el aspecto más íntimo del misterio de la Iglesia que es "comunión" así como las relaciones íntimas entre las diversas participaciones del único Sacerdocio de Cristo.

La misión de Conchita respecto a la Iglesia y en especial con relación al sacerdocio ministerial manifiesta la realidad más íntima de todo cristiano.

Ciertamente el Iaico se santifica en su "secularidad" que es su campo específico pero el valor más profundo del ser cristiano es ser miembro vivo de Cristo por la gracia de la filiación divina; por encima de la santificación y de la ordenación de lo temporal está el misterio de gracia y santidad.

Él es hermano y sostén espiritual del sacerdote ministerial (cfr. L.G. No. 32; P.O. No. 9) y este a su vez es servidor del pueblo de Dios, servicio que debe realizar en el amor y santidad de vida.

Lo "nuevo" en lo "antiguo" de la misión de Conchita es poner de relieve la acción fundamental del laicado en el designio salvífico.

Todo cristiano participa del Sacerdocio de Cristo y tiene la misión de colaborar en la salvación del mundo.

Que Conchita sea modelo de madre, de esposa y de educadora de sus hijos es por "añadidura". Ella nos dice ante todo que una existencia cristiana sólo es digna de vivirse cuando no se vive "para sí misma", sino para la IgIesia.

Este me parece uno de los aspectos más "originales" de su vocación, particularmente elocuente en el momento presente.

Conchita nos enseña cómo amar a la Iglesia.

Amar a la Iglesia no es criticarla, no es destruirla, no es intentar cambiar sus estructuras esenciales, no es reducirla a un humanismo, a un horizontalismo y a una finalidad de liberación naturalista.

Amar a la Iglesia es colaborar a la obra de la Redención por la Cruz y de esa manera hacer que el Espíritu Santo venga a renovar la faz de esta pobre tierra y lleve a su consumación el designio del inmenso amor del Padre.

Conchita, mujer seglar, lejos de criticar a los sacerdotes, da su vida por ellos.

En una sublime elevación a la Trinidad exclama: "Te hago una entrega absoluta, total, sin condiciones, de mi misma en favor de los sacerdotes.

"Quiero llevar en mi corazón al Santo Padre con todo el peso de la Iglesia amada: a los Cardenales, Arzobispos, Obispos, Párrocos, Sacerdotes y aún a los Seminaristas con sus vacilantes y combatidas vocaciones.

"Soy nada pero te tengo a Ti y te ruego que me utilices en bien de tu Iglesia amada y de todas las jerarquías que amo y respeto con todo mi ser".

En seguida, como Teresa de Lisieux que profetizaba: "Quiero pasar mi cielo haciendo bien en la tierra", Conchita terminaba su oración diciendo a Cristo, después de haber ofrecido su vida, hasta su postrer agonía, por los sacerdotes:

"Seré víctima por ellos en la tierra y convertiré mi cielo en su servicio por tu amor" (Diario T. 53, p. 49-52, noviembre 30, 1928).


 

Indice